Y aconteció que llegada su edad madura, el Profeta se retiró al desierto y oró durante cuarenta días y cuarenta noches. Y la cuadragésimo primera noche recibió la visita del Señor.

-Me ha conmovido tu devoción, hijo mio. Pregunta lo que quieras saber.

El Profeta se sobrecogió ante la presencia imponente de Dios. Tantas preguntas tenía que no sabía ni cómo empezar. De modo que, por seguir cualquier orden, resolvió comenzar desde el principio.

-Llevo años observando el vasto mundo y preguntándome cómo empezó todo, Señor. Revélame el relato de tu creación, oh Poderoso.

Dios le miró con agrado. Se notaba que era un tema del que le gustaba hablar.

-De acuerdo, te contaré.

-Espera un segundo, oh, Magnificiente. -dijo el Profeta. -Aprovecharé para escribir Tu Palabra, y de este modo compartirla con mis semejantes.

Y sacó de debajo de unas piedras un pergamino y material para escribir.

-Ya estoy listo. Transmitiré la verdad con la que me instruyas, oh Compasivo.

-Me parece estupendo. -dijo Dios. – Atiende:

«Pues verás. Todo empezó mas o menos como una explosión, para que me entiendas. Hace unos trece mil ochocientos millones de años….»

El Profeta levantó el cálamo y pareció disponerse a apuntar trabajosamente aquellas primeras palabras que el divino le contaba, pero antes de comenzar se detuvo.

-Perdona, oh, Altísimo. ¿Qué es «explosión»?

-¿Una explosión?

-Si. Nunca había oído esa palabra.

-Una explosión… -Dios pensó como explicárselo. -Una explosión… Una explosión es algo que pasa muy rápidamente. ¿Qué es lo mas rápido que conoces?

-Un perro. -dijo el Profeta. -Un perro corre rápido.

-Mas rápido. -dijo Dios. -¿No conoces algo mas rápido que un perro?

-No se. -el Profeta pensó. -¿Un halcón? Un halcón es verdaderamente rápido.

-Bueno, si. Pero mucho mas rápido.

El Profeta pensó durante un momento. De repente la cara se le iluminó.

-¡Un relámpago! Un relámpago es la cosa mas rápida del mundo.

-Bueno, si. -dijo Dios. -Un relámpago es bastante rápido.

–¿Entonces el Universo empezó como un relámpago?. -sugirió el Profeta.

-Bueno, -dijo Dios -en realidad un relámpago es un fenómeno que se produce por las nubes cargadas de electricidad estática debido a diferencias de voltaje relacionadas con las velocidades de ionización de los gases que las forman,  y yo te estaba hablando de una singularidad que no se puede definir con las reglas de la física en la cual…

El Profeta le miraba con cara de no entender nada.

-Mira, vamos a dejarlo. -dijo Dios. -Escribe lo que yo te diga. Como te decía, hace unos trece mil ochocientos millones de años.

El profeta levantó la mano, para interrumpir al Señor.

-Perdona, oh Magnanimo. ¿Qué son «millones»?

-Millones son…  -Dios empezó a responder, pero se interrumpió. -¿Tú sabes contar? ¿Hasta cuanto?

-Claro que se contar. -dijo el Profeta orgullosamente. -Mi padre tenía ovejas.

-¿Muchas? -preguntó Dios. -¿Cuantas ovejas tenia?

Con una sonrisa orgullosa, el profeta dijo

-Estas

Y abrió y cerro las dos manos tres veces, y luego enseño el pulgar y el indice.

-Ay -dijo Dios. -Pues «millones» es, «millones» es. …. en fin, dejémoslo… Será mejor que pongas esto en tu libro: «Al principio creó Dios el cielo y la tierra».

«Al principio creó dios el cielo y la tierra» -repitió el Profeta. -Ya está, he aquí escrita tu palabra.

-Bueno, -continuó Dios. -Déjame entonces que te hable del cielo, es una cosa genial. ¿Sabes que son los agujeros negros?

-No.

-¿Los púlsares?

-No.

-¿La materia oscura? ¿Las nebulosas?

-Ni idea.

-¿Las galaxias? Dime que por lo menos sabes que es una galaxia…

El Profeta bajó la mirada, humillado por su ignorancia. Dios suspiró.

-Bueno, vale, hijo mio.  No te preocupes. Sabes por lo menos que es la luz, la tierra, el agua, esas cosas… ¿Verdad?

-Eso si lo se. -dijo alegremente el Profeta. -Explícame que es la luz y cómo se creó, oh Omnividente.

Dios miró al Profeta. Sus harapos. Sus brazos nervudos. La barba hirsuta. La piel del rostro picada por una antigua viruela. El contraste entre el fuego de sus ojos, deseando saber, y sus dedos artríticos que habían aprendido a contar hasta treinta y dos.

-Mira;  Tú simplemente pon ahí que yo dije «Hágase la luz«.  Y la luz se hizo.

-Guau. -dijo el Profeta. -Impresionante. «Hágase la luz… «¿Y la tierra? ¿Cómo hiciste la Tierra?

Dios se calló un momento. Durante unos breves instantes pareció que sus ojos eternos evocaban arcaicos paisajes de basalto, tonalitas y granodioritas. El periodo cámbrico, el triásico, la larga época de los helechos, la era de los dinosaurios. Los braquiopodos, lo conodintes, los trilobites. La formación de los Apalaches y del Himalaya. Cada minúscula criatura, cada partícula del Ser, cada instante que hubiera existido sobre la Tierra estaba presente instantáneamente en su memoria absoluta. Y luego volvió a mirar a su interlocutor, su expectante rostro aguardando esa historia.

-Es largo de contar, -dijo. -Tu simplemente pon que separé el agua de la Tierra, y ya está .

-¿En serio?

-Bueno. Mas o menos.

-Esto es increible. ¿Y los seres humanos? ¿Como creaste al primer hombre y a la primera mujer?

-Verás, técnicamente no hubo un primer hombre ni una primera mujer. -dijo Dios. -Fue mas bien como si, cómo te lo explicaría…

Se detuvo. Miró al Profeta y por un instante pareció que iba a dejar de hablar, pero sentía debilidad por los humanos. Qué criaturas tan curiosas.

-Mira. -dijo. -Creo que iremos mas rápido si me dices lo que tu conoces del mundo. ¿Has vivido siempre en este desierto?

-No. -dijo el profeta. -Una vez fui a una ciudad. Trabajé como sirviente en la casa de un hombre rico. Tenía un jardín. Había en el toda clase de animales. Y olivos. Y naranjos. Y un manzano…

 

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Así estuvieron durante horas. Dios le contaba una parte ínfima de la historia, la que él pudiese comprender. Y aún así el Profeta asentía asombrado y repetía: «Increible».

 

 

Al cabo de unos días, el Profeta terminó su libro y fue a enseñárselo al Señor henchido de orgullo. Lo encontró en lo alto de una montaña, contemplando el paisaje.

-¡Mira, Señor, mira! Lo he terminado.

Dios apartó los ojos por un instante del cielo. Estaba viendo el soberbio espectáculo de una supernova explotando. Puso su mirada sobre las pieles de cordero y leyó lo que el Profeta había escrito.

-Buen trabajo. -dijo con una sonrisa.

Y se sentaron allí durante mucho tiempo. Dios contemplaba el Universo. De vez en cuando le echaba una mirada al Profeta, que permanecía absorto ante sus pergaminos, esas torpes letras marcadas sobre la piel,  maravillados de lo que habían hecho.